lunes, 27 de enero de 2014


Un café o té de menta, uno de mis libros favoritos, una libreta guarda palabras, canciones de lluvia y domingo.  El pack perfecto para esta fría y mojada sala de espera.

Hace poco leía sobre la importancia de dedicar un ratito al día a imaginar, a proyectar -cuánta razón, Deivid- a visualizar todo aquello a lo que aspiramos, a donde queremos llegar, a qué nos llena de vida. También hablaban de la importancia de dedicarle unos minutos, al caer la noche, al día vivido. A lo que te ha gustado, a lo que cambiarías, a esos pequeños instantes que han hecho que merezca la pena, a cada sonrisa. Dicen que es súper importante habituar la mente, aprender a dominarla. Como una proyectora, cambiar esa diapositiva que tuerce tu gesto por una bonita, llena de vida y color.

Todavía estoy empezando, como tantas otras veces. Que lo importante para llegar, se llama constancia. También ilusión.

Lo cierto es que a veces aparecen realidades con la fuerza de un huracán, desnudan tus miedos, inseguridades y demás canciones dejándote totalmente descubierta, vulnerable, pequeña.  Lo cierto es que quizás todo consista en subirse a una bicileta violeta, recorrer caminos estrechos, aceras de sal, sonrisas con historia y rompeolas donde todo empieza. Abrazar fuerte. Y ante todo, aprender a perdonar, perdonar a los demás, perdonar a uno mismo. Troncal que a veces olvidamos. Es curioso, cuántas horas pasamos de nuestra vida entrando por la misma puerta, inmersos en libros llenos de todo aquello que nos será útil para un futuro. Matemáticas, economía, latín, griego, filosofía.. se les olvidó la asignatura más importante. Se les olvidó enseñarnos de valores, de maneras de afrontar, de emociones, de creer en los sueños. Se les olvidó enseñarnos a sonreír cuando todo se tuerce, a batirnos en duelo cuando la vida se emperra, a levantarnos y caminar. Se les olvidó enseñarnos a volar entre tanto cuerdo, a saltar al vacío sin miedo a perder. Se les olvidó enseñarnos a querer bien, a reconocer errores y hacer de ellos lecciones.  Lo cierto es que al final, más que la calle, es la gente, la vida, quién te lo enseña. Asignatura pendiente de colegio, instituto, universidad y trabajo.

Por lo demás, todo bien. Esta sala de espera a veces asfixia, otras me pone la vida de quicio. Supongo que algo grande traerá entre manos.

Cosas que se cuentan en un café.




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