EL HOMBRE HIEDRA
Tan sólo un par de céntimos. Su mirada profunda y sus manos marcadas de tanto escarbar en sus sueños. Deshicimos el lazo que ataba tantas palabras sedientas de ser leídas por quiénes, como nosotros, buscábamos un sentido en cualquier sonrisa desterrada.
Se llamaba Carla, ella Carla, y él Paul, Saul o Plieskiin.
Tenía miedo, miedo a querer hacer eterna aquella noche, miedo a sus dedos deslizándose en su espalda, miedo a vivir en su abrazo, miedo a morir en su risa, miedo a arrancarle la piel, miedo a cruzarse con sus ojos un día cualquiera, sin avisar, miedo a no gustarle lo que pueda ver, miedo a que le guste demasiado.
Carla vestía su disfraz frío y distante. Paul, Saul o Plieskiin buscaban la forma de derretir tanto hielo en sus labios. Estas ganas de ti esperan con una canción que suena, dos besos, tres bocados y mi abrazo, el mundo ahí fuera es demasiado feo, todo es ruído, colores grises y nubes negras. De verdad prefieres eso?
Le preguntó.
Miré a Paul, Saul o Plieskiin. Carla todavía seguía buscando la respuesta.

Me ha encantado tu vision, ahora me voy a leer el resto de entradas, y no se, me gustaria hacer algo contigo, por que tu, ¿aun lo ves todo de color y si quieres ser feliz, no? Un saludo y mil gracias. Saul Pushkin.
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