lunes, 14 de noviembre de 2011

Cierra los ojos.


Respiré profundo. Inquieta, incómoda. Incapaz de llorar, inccapaz de reír. Intentaba imaginar el tacto de la arena entre mis manos. El olor a salitre, el sol vistiéndome a su antojo. Cinco, cinco nada más.

- Verle reír, cada una de sus carcajadas penetrándose en mi oído.

- Disfrutarla feliz, con su sonrisa, son su desparpajo.

- Domir con mi nariz entre su pelo, pegadito a mi pecho cuando cae la noche, su runrun entre mis manos, toda mi debilidad, mi paz.

-Los cafés, los cafés revolviendo el tiempo, en la mejor compañía, como cada mañana.

-Que vuelvan, que vuelvan todos.

Me gustó aquella canción. Estiraba los brazos, alzaba mi vuelo suave.. alto, más alto.


Sí, a todos nos hicieron daño alguna vez, alguna o muchas, quizás millones. Pero entonces entendí, que no tenía nada que reprochar, nadie a quién perdonar. Estaba en paz, en paz conmigo, en paz con los demás. Todo había tenido su lugar, su momento. Y todo, todo lo vivido, forma parte de mi, de mi historia, de quién soy.

Qué curioso todo. 

Ella acababa de pasar uno de los sustos de su vida, tras dos días y unos cuántos más de lágrimas, miedo y pánico, todo había pasado ya. Sus ojos parecían doler de tanto llorar. El hospital no parecía tan frío después de todo.  Caminaba hacia el trabajo, tarde de sol, mes de noviembre. Ahí estaba él, sentado frente a la vida, viéndola pasar. Ajeno, ajeno a todo aquello que quizás un día fue importante. Qué casualidad.


Días fríos.







No hay comentarios :

Publicar un comentario