lunes, 27 de julio de 2015

De amor, sueños, abrazos y faros. De un avión a punto de salir.



Para enamorarme no necesitaba su consentimiento.

Esta isla había conseguido volverme totalmente loca, ciega, inconsciente y feliz.

Me había enamorado de ella.  Sí.

Y dicen que a veces las cosas no salen como esperábamos pero sí como necesitamos.

Y hay personas que son faros

que sobresalen del resto, que te alumbran con su luz, te guían y te recuerdan que siempre, siempre seguirán

 iluminando cada día de tu vida por muy lejos que lleguen a estar.

Con esta certeza, nunca nada puede salir mal.

Y sabéis qué me ha contado también este lugar?

        que la vida es aquello que sucede mientras tú tratas de planearla


Que todo es relativo. 

 Que el amor, el amor es inmenso y y tiene mil formas y colores. 

Que no hay sólo blancos y negros. Que hay que cantar, cantar a gritos y bailar todavía más. 

Que las cosas pueden ser jodidamente maravillosas, que sólo depende de como las mires. Que hay que desnudarse más en el mar.

Que esto dura un café.

Y que para salvarnos después, ya habrá tiempo. 


 Y escribir. Escribir para contar todo aquello que no somos capaces de decir. 

Escribir para crear recuerdos en papel. 

Porque sabéis qué?

Tenemos dos opciones de recordar. 

Una sería con ese toque de tristeza - más bien nostalgia- por lo que ya nunca será o estará, por todo aquello que jamás volverá.

Y otra,

otra sería coger los recuerdos como un tesoro, como ese lugar al que volver una y otra vez para seguir sonriendo, 

para arroparnos en ellos y darnos cuenta de lo increíblemente afortunados que somos 

por haber vivido cosas tan inmensamente bonitas. 

Porque al fin y al cabo, 

todos esos recuerdos nos hacen ser quienes somos ahora. 



Y sí. Siempre hay que tener un penúltimo sueño. 

O quizás, quizás hay sueños que llegan cuando menos te lo esperas.



Y vivir como si cada día fuera el último.

Y arriesgar, arriesgar siempre.




Y querer, querer con locura. Dejarse el corazón en cada paso, en cada palabra. 

Erizarnos la piel una y otra vez.  Que, joder, estamos hechos para enamorarnos, para calarnos hasta los huesos y devolvernos la vida. 

Para agarrarnos fuerte y compartirlo después. 



Y ese ratito, ese ratito con uno mismo. Ese único momento. Esas ganas de arena y salitre. 

Esas ganas de ti. De cuidarte y quererte. De abrazarte más. 

Y os contaré que la respuesta, el sentido de este viaje lo encontré en la pared del baño de un bar. 

Podía haber sido un día de mierda. Sí.

  Pero lo cierto es que en aquel instante todo cambió.


Aquel día lo entendí todo. Subí a esa azotea que me robó un verano a cambio de vino, ilusión y vida. 

Y me dejé los labios en palabras.




Y sí, era cierto. Teníamos que abrazarnos fuerte, muy, muy fuerte. Teníamos que romper todos y cada uno de nuestros miedos.




 Mañana vuela un avión. Mañana termina un capítulo. 

Y guardaré esta historia, esta vida

 a través de mi mirada. 

Porque siempre, siempre, se puede volver a empezar. 

Porque la vida es jodidamente maravillosa.

Y a ti, Andrés, a ti y a esa puta canción,

GRACIAS

Lo cierto es que nunca llegué a ir a Pregonda. Pero te contaré que, 
Pregonda se viene conmigo. Está entre las páginas de un libro que nunca llegué a terminar. Está recordándome una y otra vez este maldito cuento.
Supongo que hay lugares tan, tan bonitos... que si te acercas demasiado, duelen.





Efecto Pasillo

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