domingo, 4 de marzo de 2012



Me gusta cuando se acerca el final del día, cuando haces una reflexión en cuestión de segundos de todo lo que ha sucedido desde que te has despertado, filtras y procuras quedarte con todo lo aprendido. Pero los segundos siguientes son mucho más placenteros. Me pierdo en mi propio reflejo bañado en el agua, la sombra de mi silueta se mantiene erguida moviéndose al ritmo de las pequeñas olas formadas, un tintineo recorre todo mi cuerpo. Me abrazo, me abrazo fuerte y respiro, tranquila, Mi vida. Y lo añado a la lista de Mejores momentos del día.
Creo que mi capacidad de querer va a la velocidad de la luz, o quizás incluso, llegue a superarla. A veces pienso que esto no es del todo bueno, querer supone demasiadas cosas, y cuando digo demasiadas, me refiero a tanto buenas como malas. Pero soy de esos bichos raros que giran su vida entorno a todo lo que sea sentir, sentir el placer de hundir el dedo en gelatina, sentir el viento golpear, sentir la letra de una canción, sentir el frío de invierno, sentir tu libertad, sentir todo tipo de belleza, sentir que te has encontrado en un libro, en una película, en un lugar, en otras personas. Sentir el ronroneo de un gato, sentir el olor a vainilla, a salitre. Sentir la intensidad de un beso, sentir cerca lo más lejos, sentir una pompa de plástico estallada entre tus dedos, sentir la sensación de vivir tantas posibilidades, sentir una conversación como si fuera la última, sentir una calle y hacerla tuya, sentir el mundo desde todos los puntos de vista que tú quieras, sentir tantas sonrisas, sentir la inocencia de un niño, sentir un avión apunto de salir y todo lo que eso significa, sentir la magia de cada momento, sentir el aquí y el ahora, sentir un acento de sal, sentir una página en blanco, sentir un trozo de hielo deshecho en tus labios, sentir una caricia, y sentir millones de cosas que no habría tiempo suficiente para enumerar.
Esto me recuerda a una escena de esta tarde de domingo. Ella intentaba una y otra vez leer el mismo poema, entornarlo bien. Su madre, intentando ayudarla, se inventaba puntos, comas… énfasis en sílabas, y miles de trucos que para mi, no tenían ningún tipo de sentido. Pasaba por allí, y pregunté ¿Sabes lo que estás diciendo? ¿Te has parado a entenderlo, a sentir lo que lees? Creo, que por mucha teoría, si no sientes, nada puede salir bien.

Hoy fue uno de esos días dedicados a mi misma. Tenía ganas de llegar a mi habitación, de ponerme el pijama a pesar de que fueran las cinco de la tarde. Subí el volumen, la música tiene el don de llevarme al mundo que yo quiero, cuando quiero, y en este caso, me llevó al mio propio. Un par de libros bien colocados, olor a océano. Buscando en el baúl de los recuerdos aparece la emoción en forma de lágrimas. Me recuesto sobre la cama, cierro los ojos y canto esta canción. Aviso a un par de amigos que no entienden de km. Skype es fundamental para los que no conocemos la distancia, o quizás, la conocemos demasiado. He pasado un buen rato conmigo misma, como suelo hacer cada día, y con ellos cerca, como siempre. En la mejor compañía.

Se dice que para querer bien a los demás, hay que saber quererse a uno mismo.

No hay comentarios :

Publicar un comentario