lunes, 10 de marzo de 2014

Que lo mio nunca fue la montaña. Que yo sólo entiendo de canciones y salitre. Que los gorros, las bufandas y los guantes, me gustan para hacer un invierno de ciudad y después, inventar el olor a madera quemada.

Sicilia se bate en duelo conmigo, me reta una y otra vez. Me puse unos calcetines sin dibujos, sin colores -de esos que jamás ocuparán lugar en mi cajón- pero calentitos. No importa que haya que caminar kilómetros ni que tenga que ir tapada hasta la nariz, un poco de rojo difuminado en los labios -y un poco más intenso en las manos- no puede faltar. Que lo mío siempre fueron los contrastes.

Estábamos a unos 2.000 metros de altura. La idea de que tanta poesía llevara escrito este nombre de volcán me gustaba demasiado. Apreté fuerte mis puños bajo los bolsillos de un abrigo color triste -de esos que jamás ocuparán lugar en mi armario- era siempre la última de la fila. Demasiados lugares en los que perderme, demasiada preocupación con guardar mi vida de tanto frío. Buscando, siempre, que todo encaje.

Equilibrios de nieve y huracán tarareaban un hielo de octubre y el calor de un diciembre. Aquella mochila pesaba demasiado.

Quizás sea por eso que al volver al coche, la mochila ya no estaba. Quizás, nada sucede por casualidad.

Así que me dio por reír y buscar flores.


NOTHING HAPPENS BY CHANCE

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