No podías entenderlo, vivíamos momentos diferentes y yo no sabia cómo explicártelo, así que simplemente deseaba que no dejaras de bailarme. Lento, más lento. Y ya no sabía si era una cama, aquel lugar, un ron a secas o una mirada. Pero quería quedarme a vivir. Te grité en silencio un quédate, un quédate rechazado, pero acostumbrado.
Y en cuestión de segundos todo lo que me había pertenecido parecía desvanecerse, alguien completamente diferente, pero el mismo que sé yo que me atrapaba, me estrujaba y me dejaba sin aliento.
Te hablaba de un momento. Iba más allá de cualquier baile o concierto. Crucé los dedos y dos asientos se pusieron de mi lado. Apóyate aquí si quieres... aunque a decir verdad, no me importaba que quisieras o no, reventaba de ganas que lo hicieras, quería yo y no había más. Era el hecho de cerrarte los ojos, de un rask-u constante en aquel bus que ojalá nunca hubiera llegado a su fin. Toda tu seguridad, toda esa fuerza que desprendías, ese carácter, esa forma de ser tan jodida y encantadora a la vez, ese todo tú entre mis manos. Quería hacer una eternidad, y no importaba ese collar ni esa camiseta, ni el roto de tu pantalón. Tantas horas de carretera y perdería el mapa de vuelta a esa habitación de hotel una y otra vez. Y vuelve a empezar todos los sudokus que quieras, y haz lo imposible por molestarme, y no me dejes dormir, y se un insoportable, y sácame de quicio las veces que tú quieras, que mientras tú pierdes el tiempo en intentos, yo te tengo aquí pegado.
Y duerme conmigo. Y qué ganas de no contártelo y hacerlo.
domingo, 4 de diciembre de 2011
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