miércoles, 15 de octubre de 2014

De hogar y dualidades.


Hoy en clase nos pusieron música para que todo fuese más ameno, decían que sin ella no se podía trabajar. Fue una de tantas veces, desde que estoy aquí, que sentí que no me había equivocado. Es difícil, es difícil estar tanto tiempo dando tumbos buscándote, tropezando y levantándote, confiando, confiando en que todo llegará. Y cuando llega, darte cuenta de que es totalmente efímero, que dura un segundo, luego se va  -jodida inconformista. Disfruta, disfruta cada segundo, tú, sí, tú, tú, que tienes el lujo de, aunque sea por un rato, hacer y respirar lo que te gusta-.

Hace un par de semanas volví a casa, una larga noche de carretera aunque sea por un día. Necesitaba una sobredosis en vena de perro, de gatos, de abuela, de hogar, de mar.  Iba con la tranquilidad de saber que desde aquí, las distancias siempre serían más cortas, que volvería a menudo, que dolería menos. Mentira. Hacia tiempo, mucho, mucho tiempo, que la vuelta no se me hacía tan dura, tan triste. Aún encima, el toque de apoyar tu cabeza en la ventanilla del autobús mientras suena esa canción que aprieta, ayuda, ayuda y mucho. Supongo que el paso de los días, del tiempo, de la vida, cada vez me va haciendo más daño. Ser consciente de todo lo que está por llegar a veces es una sensación brutal, y otras, en cambio, aterra, asfixia. Igual que un para siempre, que increíblemente mágico suena a veces, y que desgarrador y doloroso otras.

Sea como sea, hogar, qué bonito nombre tienes.






No hay comentarios :

Publicar un comentario